Los invisibles de la calle

"Al volver a cerrar este libro nunca volverás a sentir lo mismo cuando te cruces con una persona sin hogar"

Frío. Corazón y alma helados. Es cierto, como bien se apunta en la contra de No esperes que el tigre se vuelva vegetariano (Almuzara), que "al cerrar este libro... nunca volverás a sentir lo mismo cuanto te cruces con una persona sin hogar". No hace falta ser muy empático para empatizar con este retrato de la calle, de la vida de un sin hogar, escrito por Mario Alonso

Con pinceladas duras, tristes, esperanzadoras a veces, cargadas de realismo, con un punto de humor, el autor dibuja una novela necesaria para ponernos en la piel de todos aquellos a los que la vida les ha golpeado tan duramente hasta dejarlos en la calle, donde intentan vivir, donde quieren soñar con un mañana totalmente distinto. 

Mientras me estiro en el banco río con ganas. Una señora me mira y se contagia de mi buen humor. La risa, los bostezos y los llantos son contagiosos entre los humanos. La violencia y la crueldad también

'No esperes que el tigre se vuelva vegetariano'

Con mucha sensibilidad, Alonso escribe sobre esos grandes olvidados por la sociedad. Esos a los que  evitamos, mirando incluso para otro lado, cuando vamos caminando por la calle y los vemos sentados en un banco, durmiendo en un cajero o en un parque cualquiera de cualquier ciudad. Matías, un periodista que ha tenido que pasar por la cárcel, es el protagonista de la historia. El encargado de tomar la voz de los sin techo y narrar su diario de a bordo desde la soledad y la mendicidad. Un libro que nos ofrece una mirada a ese precipicio existencial sobre el que caminan aquellos que serán algo menos invisibles tras No esperes que el tigre se vuelva vegetariano

Nadie nos quiere ver

"Van pasando los días, los meses, los años... y aquí sigo. La calle es una trampa de la que no se puede salir. He observado que es fácil averiguar el tiempo que lleva alguien siendo uno de los nuestros: depende de su forma de andar. Cuando llegas, te mueves como cualquier otra persona, con el cuerpo erguido, para eso somos del género Homo erectus desde hace dos millones de años. Pero con el paso del tiempo, el hombre de la calle se va encorvando. El motivo está claro, nos vamos haciendo invisibles. Nadie nos ve. Mejor dicho, nadie nos quiere ver. Y eso nos hace ser más pequeños, nos va reduciendo. Sabemos que no somos na da para nadie, que no les importamos, somos un elemento más del paisaje urbano". 

Por: María Vila
Fecha: 22-01-2019