El retrato de Arturo Úslar Pietri sobre la Venezuela de los años sesenta

Un retrato en la geografía, un libro que muestra la realidad de una sociedad que creció al calor de la riqueza del petróleo

Tras recorrer El camino de El Dorado y conocer más sobre Oficio de difuntosen esta ocasión trazaremos Un retrato en la geografía, otro libro rescatado -la primera edición de este libro fue en 1962- con acierto por Drácena para publicarlo por primera vez en España. 

En esta ocasión, Arturo Úslar Pietri (Caracas, 1906-2001) retrata, nunca mejor dicho, la realidad social de esa Venezuela de los años 60 que no tiene nada que ver con la actual. Con el petróleo como motor de la novela y de la riqueza de un país que crecía de manera desordenada. El autor muestra la realidad cotidiana, a la gente de entonces, a los políticos y a esa clase media y alta de una sociedad que estaba en proceso de transformación. 

Era el país el que desamarraba y marchaba a la deriva dejándolo solo. El que desamarraba y se alejaba con sus gentes y sus días y sus nombres. Era su mundo que lo dejaba. Gran barco de sombras y de soledades

Un retrato en la geografía

La lucha por el poder, las ambiciones de unos y otros y el cambio de régimen son algunos de los ingredientes que alimentan una historia que, en principio, iba a ser una trilogía pero que acabó convirtiéndose en un binomio al que acompañaría Estación de máscaras. Un retrato en la geografía es un testimonio directo de la gente y de sus situaciones. El autor recurre a una fiel crónica de la época sin la necesidad de tener que intervenir con una ficción paralela. 

Así comienza...

La noche es más vasta y más poblada. Empieza a la hora de la gallina cuando comienzan a ponerse oscuras las matas en los corrales y dura, continua y espesa, hasta la hora de los primeros pájaros. Una noche de la tierra, de los árboles y de los animales, que todo lo une y lo borra y lo aleja. 

Lo primero era su larga vigilia. Solo con su vigilia. «Tampoco voy a dormir esta noche». La sombra se iba haciendo clara y agitada. La estrecha cortina que cerraba la estrecha puerta iba tomando formas. Se oían ruidos que podían venir desde muy lejos. Alguien roncaba en el calabozo de al lado. Roncan los que duermen, pensaba con envidia. «Tampoco voy a poder dormir esta noche». Pueden ser las doce, o las nueve, o las dos de la madrugada. No hay reloj. A veces canta un gallo, pero hay gallos que cantan a la media noche. 

Por: Luis Galindo
Fecha: 09-07-2020