Las perversiones de la vida y la literatura

Alejandro Hermosilla es el autor de 'El jardinero'

    

Entre lo onírico y lo kafkiano nos encontramos con un servicial jardinero, en apariencia inicial, al que todo el mundo acaba odiando. Un auténtico monstruo que llega a un castillo con un contrato para quedarse de por vida. El narrador lo pinta como lo peor, pero él tampoco se queda atrás. Monstruo contra monstruo en un relato que nos sorprenderá por la dureza de su contenido, pero también por la forma que emplea su autor para contarlo. En ocasiones, acariciando la narrativa poética para mostrarnos la violencia, el incesto o la coprofagia. 

Alejandro Hermosilla es el autor de El jardinero (Jekyll & Jill), una novela sin espacio ni tiempos concretos, un texto tan enigmático como angustioso, un libro donde amos y esclavos se dan la mano para sumergirnos en una pesadilla que a veces llega hasta asfixiar al propio lector. Una narración del mal para lectores que quieran ir más allá en sus lecturas. No es un libro fácil de leer, pero es de los que te dejan una huella, o una garra, marcada durante tiempo. Sin una estructura definida, desordenada en lo cronológico, obsesiva, original y con un estilo muy personal y bien definido. 

No he podido evitar derramar una lágrima en el entierro de mi padre. Pero no sé si ha sido de tristeza o de alivio. Algo parecido ha de haberle ocurrido a mi madre

'El jardinero'

Tras mojar con saliva su coño, mi madre me pide que se lo bese. Y yo introduzco mi lengua en ese prepucio rosado mientras ella se chupa el dedo anular de la mano izquierda


Así comienza 'El jardinero'

"Hace unas horas, desperté de un sueño en el que golpeaba al jardinero. En primer lugar, en la frente. E inmediatamente, sin dejarle tiempo para reaccionar, en varias de las partes -estómago, pecho y piernas- de su viscoso cuerpo. Hasta que, finalmente, tras caer al suelo, agarrando con rabia su cuello, comencé a estrangularlo. 

Mi madre y yo caminábamos muy lentamente por un desierto gris. Ella había rejuvenecido. Era ahora la joven muchacha de cabellos rubios y dulce sonrisa de la que se enamorara mi padre. Yo, sin embargo, conservaba la edad actual. Existía entre nosotros una complicidad distinta de la que suele darse entre una madre y su hijo. De hecho, parecíamos amantes paseando alegremente sin objetivo alguno". 

Por: J. Berto
Fecha: 29-01-2019