Ese imbécil va a escribir una novela: un viaje por los pliegues de la memoria y el origen de la vocación literaria
Juan José Millás convierte el acto narrativo en un ejercicio de revelación y supervivencia

En Ese imbécil va a escribir una novela Alfaguara), Juan José Millás compone un texto fronterizo entre el relato íntimo, el ensayo existencial y la crónica de un desdoblamiento. Lejos de ser una novela convencional, el libro explora con una agudeza particular los recuerdos fragmentarios del narrador, sus vínculos familiares, sus delirios infantiles y la constante búsqueda de un sentido que justifique la escritura. A través de una prosa envolvente, Millás convierte el acto narrativo en un ejercicio de supervivencia y revelación.
Desde los primeros pasajes, el lector se enfrenta a la tensión entre lo real y lo imaginado. La figura del padre alternativo —un director de banco al que el niño protagonista conoce fugazmente— desencadena un proceso de duplicación interna: una segunda cabeza invisible crece en su cuello como símbolo de la escisión entre el yo social y el yo secreto. Esta cabeza, que conversa con la otra en silencio, se convierte en metáfora de la conciencia crítica y creativa, y en semilla de la vocación literaria.
El origen de la escritura como necesidad vital
Los episodios se suceden con una lógica interna que desafía los límites entre la confesión autobiográfica y la ficción psicoanalítica. El texto no sigue una estructura cronológica, sino que se despliega en espiral, volviendo una y otra vez sobre las mismas preguntas: ¿Quién soy? ¿De dónde viene mi deseo de escribir? ¿Qué es real y qué fue un sueño lúcido? Así, la narrativa se convierte en una indagación continua que no busca respuestas, sino que prolonga la duda como forma de lucidez.
La amistad con Alberto, posible hermano biológico y figura ambigua, introduce un nuevo eje en la narración. Lo que comienza como una complicidad universitaria deviene en descubrimiento perturbador: ambos compartieron al mismo hombre como padre, pero también podrían haber compartido el rol de vigilantes e informantes durante los años convulsos de la transición. El hallazgo desencadena una revisión de los afectos, de las traiciones y de las fidelidades verdaderas o impostadas.
El humor ácido, la ironía intelectual y la mirada melancólica conviven en un texto que desafía las categorías. Ese imbécil va a escribir una novela no es solo el retrato de un escritor enfrentado a sus recuerdos: es también una crítica al propio oficio, a sus máscaras, a los pactos con el lenguaje y a las concesiones que exige la sociedad del espectáculo. Millás observa su trayectoria desde una distancia que no impide el dolor, pero que permite comprender los mecanismos de su escritura como forma de resistencia.
La voz que narra está marcada por la introspección, el paso del tiempo y una obsesión por entender el pasado como la materia prima del presente. La madre, la infancia en la posguerra, el paso por el seminario, las sesiones con la psicoanalista y los recuerdos de los cafés estudiantiles se entrelazan para dar forma a una subjetividad que se sabe construida, ficcionada, y aun así necesaria.
En sus páginas finales, el libro se pregunta por la pertinencia de seguir escribiendo, por la validez de seguir buscando el reportaje definitivo, ese que le permita cerrar una etapa o tal vez empezar otra. Lo hace desde la conciencia de quien ha sobrevivido a múltiples muertes simbólicas y ha logrado sostener la escritura como tabla de salvación. La vida como borrador, la literatura como reescritura infinita.
Millás firma así una obra inclasificable, profundamente honesta, que interpela al lector desde la duda, la ironía y la ternura. Ese imbécil va a escribir una novela no ofrece certezas, pero sí algo más valioso: la posibilidad de mirar la vida como un texto en permanente corrección, en el que lo importante no es tanto acertar con las palabras, sino no dejar de buscarlas.