Frío, de Mariko Tamaki: una historia sobre el dolor, la memoria y el derecho a ser contado
La novela combina el misterio, el duelo y la identidad queer en una narración coral que habla de la verdad y del poder de contar las propias historias

En Frío (Dolmen Ediciones), Mariko Tamaki parte del hallazgo del cuerpo sin vida de un adolescente para construir una historia que transita entre el suspense y el dolor silenciado. La voz de Todd, ya convertido en fantasma, observa cómo los detectives intentan reconstruir las últimas horas de su vida, mientras revive los recuerdos del acoso que sufrió en su entorno escolar. Desde el principio, la novela se aleja de lo puramente detectivesco para adentrarse en una narración introspectiva y melancólica, donde el verdadero misterio no es tanto quién mató a Todd, sino por qué nadie lo conocía realmente.
La narración se despliega en dos líneas paralelas. Por un lado, está el propio Todd, atrapado entre el recuerdo y la impotencia de saberse ya sin futuro. Por otro, Georgia, una joven que no llegó a conocerlo en vida, pero siente una urgencia inexplicable por entender su muerte. La autora construye así un juego de espejos entre ambos personajes: dos adolescentes queer enfrentados a una sociedad que los margina y a una narrativa que no los contempla. La conexión entre ellos no se da en lo tangible, sino en lo emocional: ambos reclaman su lugar en un mundo que los ignora.
Identidad queer, crueldad y momentos de ternura
Las experiencias queer atraviesan toda la novela, sin caer en el tópico ni en el drama gratuito. Todd y Georgia comparten un historial de acoso homofóbico, y la obra no esquiva la violencia, pero tampoco se queda en ella. Hay instantes luminosos que rompen la tensión, como el coqueteo tímido entre Georgia y su amiga Carrie, o la intimidad doméstica entre el detective Daniels y su pareja, una escena que introduce humanidad en medio del dolor.
La autora dota a Frío de un tono contenido, donde la ironía y la ligereza conviven con una sensación persistente de injusticia. El verdadero nudo de la novela está en el silencio que rodea a Todd, en la incapacidad de quienes lo rodeaban para verlo de verdad. A medida que avanza la investigación, se hace evidente que nadie sabía quién era, qué le gustaba o qué le dolía. Su historia ha quedado en manos ajenas, y eso se convierte en uno de los temas centrales del libro.
Frío no propone una resolución complaciente. El final, ambientado en un mausoleo, subraya que no hay justicia posible para Todd, al menos no en términos clásicos. Su muerte permanece como una herida abierta, sin respuestas satisfactorias. Pero hay consuelo en el gesto de Georgia, que promete recordarlo. Ella, que también ha sido moldeada por otros —como su madre, que escribe libros infantiles inspirándose en sus hijos—, encuentra en esa promesa un acto de resistencia y redención.
A lo largo de la novela, Tamaki explora cómo las historias definen a las personas. Qué se dice, qué se oculta, quién tiene el derecho a narrar y quién queda condenado al olvido. Georgia intenta devolverle a Todd algo que le fue arrebatado: su voz. Y aunque la investigación pueda parecer otro intento más de apropiación, su búsqueda está guiada por una necesidad genuina de verdad y reconocimiento.
Frío es también una novela sobre la complicidad pasiva, sobre cómo muchas veces el daño no viene solo de quienes lo ejercen activamente, sino de quienes miran hacia otro lado. Tamaki invita al lector a reflexionar sobre su propio papel en esas dinámicas, con una narración que, sin moralismos, interpela desde lo íntimo.
En sus páginas finales, deja claro que no todas las historias terminan con redención ni todos los personajes encuentran paz, pero también sugiere que el hecho de ser recordados ya es una forma de justicia. Georgia no olvida, y en ese acto hay una promesa: que lo vivido no desaparecerá en el silencio.
La novela se despide con un atisbo de esperanza. Mientras Todd permanece atrapado en la muerte, Georgia inicia su camino, con la fuerza que da haber enfrentado una verdad incómoda. Es un relato contenido, sobrio y profundamente humano que confirma a Mariko Tamaki como una narradora hábil para retratar los bordes más frágiles de la adolescencia.