Feriópolis, de Ledicia Costas: una feria mágica donde las heridas emocionales encuentran refugio
Ledicia Costas construye un universo fantástico donde los niños y niñas que sufren encuentran consuelo, identidad y un lugar propio lejos del dolor cotidiano

En Feriópolis, Ledicia Costas traza el retrato sensible y poderoso de Lola, una niña de diez años que vive con sus tíos en un hogar sin afecto, donde los libros se venden como trastos y las emociones deben reprimirse. La protagonista escapa de esa realidad tóxica y, tras una discusión familiar y una visita a la feria, inicia un viaje mágico que la transporta a un universo paralelo. La novela no solo despliega una imaginación desbordante, sino que también explora con profundidad las heridas invisibles de la infancia. El detonante emocional es claro: una niña que solo quiere volar lejos para dejar atrás una vida que le duele.
Feriópolis: un mundo donde todo tiene sentido
El corazón de la novela es Feriópolis, una ciudad imaginaria que funciona como un epicentro secreto de todas las ferias del mundo. Allí, las atracciones cobran vida, los adultos desaparecen y los niños se convierten en inspectores de calidad emocional. En ese entorno, la fantasía sirve como vía de escape y espacio de reconstrucción para menores que han sido olvidados o ignorados por los suyos. Los churros crujientes, las montañas rusas, el tren de la bruja o las nubes comestibles no son simples elementos decorativos, sino parte de un mundo terapéutico y reparador.
Costas retrata con delicadeza cómo el dolor de Lola se va transformando en asombro, y cómo la conexión con otros niños, como Pedro o Inés, permite construir vínculos verdaderos en un entorno de ensueño. En Feriópolis no existen imposiciones adultas, pero sí normas que cuestionan la idea de libertad: cada niño ha firmado, sin saberlo, un contrato que lo ata al lugar por siete años, tras pronunciar el deseo de no volver a su casa.
La bruja, los rastreadores y la metáfora del abandono
El tren de la bruja se convierte en un símbolo central: no solo transporta a los niños, también los selecciona. La figura de la bruja representa una autoridad ambigua: es quien ofrece un refugio a los niños rotos, pero también quien impone condiciones y vigila a través de oteadoras y rastreadores. Este sistema de control, disfrazado de juego, revela una tensión constante entre protección y prisión emocional. La autora sugiere que no todo en el mundo mágico es tan amable como parece.
A través de metáforas envolventes —sombreros que guardan mundos, saltamontes que hablan, ferias infinitas—, Costas nos lleva a reflexionar sobre los límites entre lo real y lo fantástico, sobre todo cuando lo real duele y lo fantástico sana. La autora presenta un entorno onírico que, sin embargo, no elude temas profundos como el abandono, la adopción fallida, la invisibilización emocional o el deseo genuino de pertenencia.
Un homenaje al poder transformador de la imaginación
La literatura infantil y juvenil de calidad no subestima a sus lectores, y Ledicia Costas lo demuestra una vez más con una historia que conmueve y desafía. Feriópolis funciona como un canto a la imaginación y, a la vez, como un retrato de las tristezas calladas que arrastran muchos niños. La prosa ágil, cargada de imágenes poderosas y situaciones surrealistas, hace que cada página sea una puerta a lo inesperado, pero también una invitación al consuelo.
La relación entre Lola y Pedro es uno de los ejes emocionales del libro. Ambos arrastran historias familiares difíciles y encuentran en la amistad una forma de recomponerse. Su vínculo da sentido a la idea de comunidad alternativa: un espacio donde los niños pueden apoyarse entre sí sin la supervisión —ni la intervención fallida— de los adultos.
Un universo visual y sensorial que seduce
Uno de los mayores logros de Feriópolis es su capacidad para desplegar un universo sensorial y visualmente deslumbrante. Desde la textura de los algodones de azúcar hasta las patas musculosas del saltamontes rey del bosque, cada detalle contribuye a una atmósfera única. El lector puede oler los perritos calientes, sentir la brisa en la noria, oír la música de feria mezclarse con los chillidos de los niños. Es una experiencia inmersiva que convierte la lectura en una aventura emocional y estética.
En este universo, lo absurdo y lo poético conviven con naturalidad. Las reglas se aprenden sobre la marcha y los peligros —aunque reales— están llenos de una belleza inquietante. Esta contradicción constante entre lo bello y lo siniestro refleja bien el dilema de Lola: encontrar consuelo en un mundo nuevo, sabiendo que dejar atrás el anterior también tiene consecuencias.
Una reflexión sobre el abandono y la pertenencia
Feriópolis es mucho más que un lugar fantástico. Es una metáfora del deseo de huida, pertenencia y validación emocional. La historia de Lola no es un simple relato de aventuras: es una odisea interna, donde la protagonista debe decidir entre el olvido y la memoria, entre lo cómodo y lo verdadero. La autora no ofrece respuestas simples, y ese es uno de los grandes valores del libro.
El final abierto sugiere que la libertad emocional es un proceso más que una decisión inmediata, y que los lugares mágicos, por muy acogedores que parezcan, no sustituyen lo que se pierde en el mundo real. La valentía de Lola no está solo en enfrentarse a la bruja, sino en preguntarse si aún quiere regresar a su hogar o construir uno nuevo.
Literatura infantil con alma de clásico
Feriópolis confirma a Ledicia Costas como una autora imprescindible en la narrativa infantil y juvenil en español. Su voz literaria es única, cargada de humor, inteligencia y sensibilidad. Esta novela tiene el potencial de convertirse en un clásico contemporáneo: por su profundidad temática, su estilo envolvente y su capacidad para hablar de lo difícil sin renunciar al asombro. Es un libro que merece ser leído por niñas, niños y adultos, porque todos, en algún momento, hemos querido subirnos a un tren que nos aleje del ruido y nos devuelva al corazón de lo que somos.