Todas las guerras empiezan en verano: una carta desde el caos cotidiano

Diana Aller firma una novela generacional que combina humor, desahogo y reflexión en la historia de Mencía, una mujer atrapada entre su pasado adolescente y la confusión adulta

En Todas las guerras empiezan en verano (Altamarea) Diana Aller construye un retrato afilado y honesto de una mujer en plena crisis vital. La protagonista, Mencía, se presenta como una millennial que navega a la deriva entre un trabajo sin alma, relaciones sentimentales fallidas y una rutina marcada por el escapismo. Desde la primera página, queda claro que esta historia no va de redenciones grandilocuentes, sino de sobrevivir al día a día con ironía, dudas y algo de nostalgia.

La vida de Mencía transcurre entre el hastío profesional y una vida personal desordenada. Su rutina se apoya en fiestas sin sentido, romances fugaces y una profunda desconexión emocional consigo misma. Todo cambia cuando, a instancias de su terapeuta, escribe una carta a su yo adolescente. El gesto, que en principio parece un simple ejercicio de introspección, da un giro inesperado cuando al día siguiente recibe una respuesta que parece llegar desde el pasado.

Un verano para mirar atrás (y hacia dentro)

Ese intercambio epistolar da inicio a una transformación tan extraña como reveladora. Mencía comienza a recibir mensajes de su yo de 1999, una versión más ingenua, libre y perdida de sí misma. Este diálogo entre dos épocas vitales activa una revisión profunda de su presente: sus decisiones, sus renuncias y su manera de mirar la vida. La correspondencia atraviesa el verano de 2025 como un hilo conductor que la empuja a reencontrarse con su vulnerabilidad.

Con una narrativa que equilibra lo absurdo y lo dolorosamente real, Diana Aller propone una historia donde la memoria, la culpa y la reconciliación se entrelazan. La novela no busca aleccionar, sino exponer sin filtros la fragilidad de una generación que, a menudo, se ha visto obligada a improvisar su adultez en un mundo sin garantías.

Humor ácido y verdad emocional

A través de situaciones cotidianas llevadas al extremo, Todas las guerras empiezan en verano retrata el malestar existencial sin caer en el dramatismo. Mencía convive con una madre asfixiante, una hermana aprovechada y una precariedad que atraviesa tanto su empleo como sus vínculos afectivos. A pesar del caos, emerge una lucidez que convierte a la novela en una experiencia cercana, incómoda y necesaria.

El gran acierto de Diana Aller es convertir a su protagonista en un espejo lleno de fisuras. Mencía es contradictoria, patética a veces, entrañable otras, pero siempre humana. La autora utiliza el humor no solo como alivio, sino como herramienta crítica para diseccionar la vida moderna: la ansiedad, las redes sociales, los traumas no resueltos y la incapacidad de encontrar un lugar estable en el mundo.

La estructura del libro, basado en el cruce de cartas entre las dos Mencías, da ritmo y profundidad al relato. Cada mensaje desvela nuevas capas de inseguridad, anhelos rotos y reconciliaciones posibles, hasta llegar a un desenlace donde la protagonista logra mirar su historia con menos rencor y algo más de ternura. El final, sin promesas, deja abierta la puerta a una transformación discreta pero significativa.

La novela no solo pone el foco en el tránsito entre juventud y madurez, sino también en cómo nos hablamos a nosotros mismos a lo largo del tiempo. Una novela que encuentra belleza en la imperfección, sentido en el desconcierto y humor en el fracaso. Y que, en ese equilibrio, consigue capturar el pulso de toda una generación.

Por: María Vila
Fecha: 18-06-2025