El día que mamá rompió un plato: una historia de silencios, cambios y dignidad

La novela de Nicolás Muñoz Avia retrata, con sensibilidad y humor, las tensiones familiares, el envejecimiento y los pequeños gestos de rebeldía cotidiana en una madre que decide cambiar su destino

Una casa, una madre que no quiere ser invisible y una familia que no sabe escuchar. Así se despliega El día que mamá rompió un plato (Grijalbo), una novela escrita con precisión y ternura por Nicolás Muñoz Avia. A través de un narrador coral, se construye el retrato íntimo de Aurora, una mujer de edad avanzada que, en silencio, toma una decisión que desestabiliza a su entorno. El detonante es una transferencia bancaria inexplicable que desencadena sospechas, reproches y una cadena de malentendidos que revelan mucho más que una simple cuestión de dinero.

Una familia que gira en torno al desconcierto

A partir del descubrimiento de su hijo Lorenzo, que detecta la desaparición de una herencia en la cuenta bancaria de su madre, el núcleo familiar se ve sacudido por una mezcla de preocupación y desconcierto. Alfredo, su marido, intuye que algo ocurre pero no logra comprender los matices. Silvia, la hija, se debate entre la complicidad y el juicio. Y Aurora, en el centro de todo, guarda un secreto que no está dispuesta a revelar. El dinero, en realidad, no es más que la excusa para hablar de control, autonomía y deseos no cumplidos.

La narración alterna las voces de los distintos miembros de la familia, dando así una visión poliédrica de la misma situación. Desde los monólogos interiores hasta las conversaciones cotidianas, cada personaje expresa sus temores, frustraciones y rutinas con una autenticidad que resuena. El retrato de la vida familiar se ofrece sin dramatismos ni heroicidades, pero con una profundidad que conmueve.

Aurora, una mujer que decide ser ella misma

El corazón de la novela late en torno a Aurora. Su evolución es sutil pero firme. Desde el momento en que se atreve a probar un porro con sus amigas —las “roqueras”— hasta su cambio de imagen y su misteriosa inversión, se va gestando una transformación silenciosa. La suya es una rebelión íntima, una afirmación de su derecho a ser escuchada y a tomar decisiones sin dar explicaciones.

La escritura de Nicolás Muñoz Avia combina ironía, delicadeza y una notable capacidad para observar los pequeños gestos que conforman la vida. Los diálogos son naturales y la estructura coral favorece el dinamismo narrativo. Cada voz aporta una capa distinta de significado, enriqueciendo la lectura y revelando cómo las perspectivas se cruzan sin llegar a tocarse del todo.

Aunque los conflictos son aparentemente cotidianos, El día que mamá rompió un plato plantea temas de fondo como el envejecimiento, la invisibilidad femenina, la autonomía personal y los roles familiares enquistados. El autor lo hace desde un tono sereno y lúcido, sin caer en la sensiblería ni en el didactismo.

La novela propone una mirada compasiva pero sin indulgencia sobre las relaciones familiares. Se palpa el cariño, pero también la incomunicación. Se percibe el deseo de cuidar, pero también el peso de las expectativas. En ese cruce de emociones contradictorias, se juega la autenticidad de esta historia.

Con un estilo sobrio y una estructura eficaz, El día que mamá rompió un plato consigue emocionar sin artificios, sacudir sin estridencias y hacer pensar sin imponer conclusiones. Es un retrato generacional que interpela tanto a padres como a hijos, una lectura que resuena en el tiempo y que deja poso.

Aurora, al final, no es una heroína ni una víctima. Es simplemente una mujer que, al borde de la vejez, decide plantar una semilla. Como sus manzanas en el tiesto del geranio muerto, su decisión es un gesto de esperanza, una afirmación de vida. Una novela sutil e imprescindible.

Por: María Vila
Fecha: 28-06-2025