La lengua herida: la memoria que busca su voz
Una novela de David Aliaga sobre la identidad, el silencio y la necesidad de contar

David Aliaga construye en La lengua herida (Editorial Candaya) una novela profunda, de introspección y cicatrices, que parte del viaje de su protagonista –P. Coen– desde México hasta Trieste, tras las huellas de su abuelo Bepo, un judío que escapó del nazismo. Este recorrido físico y emocional se convierte en una metáfora sobre el peso del silencio y la urgencia de nombrar lo que ha permanecido callado.
A lo largo de la narración, el autor explora con delicadeza esa tensión entre la palabra y la ausencia, entre el recuerdo y el olvido. El silencio, como forma de supervivencia, se transforma en amenaza cuando borra la memoria. La novela no solo revisita un pasado familiar marcado por el exilio, sino que también indaga en la identidad como herida, como algo que se reconstruye a través de las historias que decidimos contar –y aquellas que preferimos ocultar–.
Entre la memoria y el lenguaje
Aliaga utiliza un estilo narrativo de gran carga simbólica, en el que el lenguaje mismo se convierte en protagonista. La lengua herida del título no es solo la del cuerpo, sino también la del alma: una metáfora de la dificultad para expresarse en un mundo donde las palabras parecen insuficientes. Nombrar es sanar, pero también es reabrir la herida. La novela sugiere que toda memoria, por más dolorosa que sea, necesita ser pronunciada para no desaparecer.
El personaje de P. Coen encarna esa lucha interna entre el pasado y el presente. A través del dibujo y del cómic —una de las pasiones del protagonista— intenta reconstruir una historia que le fue legada a medias. En su viaje, reaparecen figuras del pasado como Lucía Corona, la mujer que lo curó tras una manifestación, y que representa la conexión entre la palabra, el cuerpo y la memoria.
El exilio y los territorios de frontera
Aliaga sitúa su historia en un mapa simbólico de fronteras: México, Trieste, Europa, el desierto, la herida. Son espacios de tránsito, escenarios donde los personajes se enfrentan a su desarraigo. El viaje no solo es geográfico, sino existencial. La frontera se convierte en metáfora de la identidad incompleta, de lo que se perdió y de lo que aún puede recuperarse.
En este sentido, La lengua herida no se limita a narrar una saga familiar. Es también una reflexión sobre cómo las generaciones heredan los silencios y los traumas de sus antepasados. P. Coen descubre que la verdad, por incómoda que sea, es el único modo de reconciliarse con su historia.
El estilo y su resonancia emocional
El lenguaje de Aliaga es contenido, poético y preciso. Su prosa no busca el artificio, sino la introspección. La narración avanza con un ritmo pausado, como quien desentierra recuerdos con cuidado para no romperlos. Esa cadencia convierte la lectura en una experiencia íntima, más emocional que argumental, donde cada frase parece invitar a la reflexión sobre lo que callamos por miedo o por costumbre.
El autor consigue equilibrar el misterio con la emoción, ofreciendo una novela que, más allá de su contexto judío o histórico, aborda una pregunta universal: ¿quiénes somos cuando nuestra historia ha sido contada por otros? En esa búsqueda, el protagonista y el lector comparten un mismo destino: hallar sentido en medio del fragmento.
La lengua herida es un homenaje al acto de contar. A través de una estructura fragmentaria y evocadora, Aliaga propone un viaje hacia el interior de la memoria y del lenguaje. La novela demuestra que recuperar la voz no siempre significa encontrar respuestas, pero sí aceptar las preguntas que definen nuestra existencia.








