Montevideo, la ‘ciudad triste’ de Peri Rossi

El mar, los barcos y la nostalgia del emigrante son tres obsesiones recurrentes e identificativas que la premio Cervantes 2021 ha compartido siempre con la tierra que la vio crecer

De pequeña, a Cristina Peri Rossi (1941), los domingos, la llevaban de paseo a ver zarpar los barcos desde el puerto de Montevideo. Allí, a un lado, veía el río de la Plata, tan enorme que parecía el mar; y, al otro, veía el océano, con su azul espléndido, con sus transatlánticos inmensos cargados de sueños: no eran sueños pequeños, eran sueños que se extendían a lo largo de diez mil kilómetros y que, de tan grandes, no cabían en un solo continente.

Cristina Peri Rossi descubrió entonces que Uruguay era un país de inmigrantes, donde todos tenían una historia que contar. Eran historias, todas, que comenzaban en un puerto, sobre un barco. Así comenzó la suya propia, con apenas 30 años, cuando dejó atrás la ciudad de su infancia para iniciar un exilio todavía inacabado. Porque el exilio se lleva por dentro, como una herida vieja que nunca cierra.

Peri Rossi descubrió entonces que Uruguay era un país de inmigrantes, donde todos tenían una historia que contar

Desde aquel día, ya lejano, en que abandonó su tierra, la escritora ha vivido en una veintena de casas, todas situadas cerca del mar. En las estanterías de su despacho, además de libros, hay colecciones de sellos con embarcaciones y también maquetas y pequeñas réplicas de barcos. El poema que dedica a su ciudad, que es también un poema sobre su propia identidad, comienza, como no podía ser de otro modo, de esta manera:

Nací en una ciudad triste

de barcos y emigrantes

una ciudad fuera del espacio

suspendida de un malentendido:

un río grande como mar

una llanura desierta como pampa

una pampa gris como cielo.

Una jovencísima Peri Rossi.

Aunque siempre ha llamado ‘ciudad triste’ a su Montevideo natal, Peri Rossi nunca ha dejado de amar la luz especial de sus calles, los atardeceres de fuego sobre la rambla y las cafeterías de la Ciudad Vieja donde escribió algunos de sus mejores versos. Es cierto que en ella padeció también la persecución de la dictadura y el tedio de la incomprensión. De pequeña, su tío quiso alejarla de las letras y, para convencerla, le aseguró que todas las mujeres que escribían se acababan suicidando, como Virginia Woolf. Ella nunca le hizo caso.

De hecho, para esta poeta apasionada, la literatura siempre ha sido una válvula de escape. "El arte nos alivia del dolor inaguantable de la realidad", le confesó a la periodista Laura Barrachina, en El Ojo Crítico (RNE), cuando se enteró de que iba a ser la próxima galardonada con el Premio Cervantes. No es extraño, pues, que diera a uno de sus libros más célebres el título Mi casa es la escritura, porque en ella siempre encontró el refugio que, tantas veces, en otros ámbitos, le fue negado por ser mujer, por ser lesbiana, por ser rebelde, por ser insumisa.

El arte nos alivia del dolor inaguantable de la realidad

Cristina Peri Rossi

A sus 79 años, sigue colándose en lugares donde la presencia femenina es todavía una sorpresa exótica, como la propia lista de los laureados con el Premio Cervantes, que, en sus 46 años de historia, solo ha incluido el nombre de seis mujeres entre sus 40 hombres condecorados. A los lugares tristes e inaccesibles llega Peri Rossi siempre, como don Quijote, buscando colmar de justicia las injusticias, tratando de arrancar de la tierra los desaires de lo odio, persiguiendo hacer del mundo un hogar digno para todos, sin distinciones.

Defensora férrea de la hermandad entre América Latina y España, donde siempre ha afirmado sentirse como en casa, la escritora uruguaya nunca regresó a su país para vivir: no quería pasar de nuevo por las fiebres nostálgicas que la consumieron durante 13 años, cuando, desde París y desde Barcelona, tanto extrañaba su Montevideo natal. "Tengo un dolor aquí, del lado de la patria", escribió entonces, al principio de su exilio.

Muchos años más tarde, cuando pudo volver a su ciudad de origen y no quiso, se justificó diciendo que no estaba dispuesta a añorar su vida en España, con tan triste dolor y con tanta intensidad, como antes había añorado su vida en Uruguay. "Me he convertido en lo que nunca quise ser: alguien con dos patrias y con dos memorias", admitió, finalmente, resignada.

Nací en una ciudad triste

fuera del mapa

lejana de su continente natural

desplazada del tiempo

como una vieja fotografía

virada al sepia.

Nací en una ciudad triste

de patios con helechos

claraboyas verdes

y el envolvente olor de las glicinas

flores borrachas

flores lilas.

Una ciudad

de tangos tristes

viejas prostitutas de dos por cuatro

marineros extraviados

y bares que se llaman City Park.

La escritora uruguaya, junto a Cortázar

Así describía la uruguaya ‘insumisa', en Estado de exilio (2001), su querida Montevideo, una ciudad triste y contradictoria, mirada desde lejos, con la que la escritora ha mantenido, a pesar del tiempo y la distancia, una estrecha relación de amor y odio.

Montevideo, la capital del país que nunca quiso reconocerle su pensión de maestra ni su obligado exilio de supervivencia. Montevideo, la cuna de su rebeldía, de su curiosidad por Europa, de su amor por lo ajeno como si fuera propio. Montevideo, ese lugar repleto de librerías y de libreros y de escritores y de cuentistas, donde confabuló para siempre su mente de poeta.

Montevideo, el hogar de los tangos y de las prostitutas, de los arrabales cerca del mar, donde se mezclan las lenguas, donde se encuentran las letras. Montevideo, ese horizonte frenético que avistaban los emigrantes europeos desde sus barcos trasatlánticos, cuando estaban próximos a arribar al puerto.

Montevideo, un tiempo de infancia que siempre extrañó la poeta: todo lleno de historias, todo lleno de sueños. Montevideo, aquella ciudad triste, presente siempre en sus libros, de la que huyó en 1972 y a la que, sin embargo, nunca ha podido (ni ha querido) dejar atrás:

Y sin embargo

la quise

con un amor desesperado

la ciudad de los imposibles

de los barcos encallados

de las prostitutas que no cobran

de los mendigos que recitan a Baudelaire.

La ciudad que aparece en mis sueños

accesible y lejana al mismo tiempo

la ciudad de los poetas franceses

y los tenderos polacos

los ebanistas gallegos

y los carniceros italianos.

Nací en una ciudad triste

suspendida del tiempo

como un sueño inacabado

que se repite siempre.

Por: Marta Sánchez Gento
Fecha: 02-06-2022